Mundialmente famoso por sus pinturas de un dorado casi onírico y por sus figuras de bellas mujeres que parecen escapadas de una aparición nocturna. En efecto, el estilo innovador y revolucionario de Gustav Klimt, el pintor más importante de la llamada Secesión Vienesa, fascinó y escandalizó a la Viena de finales del siglo XIX. La fascinación, por la enigmática belleza de su nueva manera de pintar. El escándalo, por su falta de pudor a la hora de plasmar en el lienzo o el papel la verdad sin tapujos (como demostró en las pinturas para la Universidad de Viena), así como sus mujeres desnudas en actitudes eróticas que suponían un mazazo para la rígida sociedad vienesa.
Primeros pasos
Nacido en julio de 1862 en Viena, hijo de un padre de origen bohemio que se dedicaba a la artesanía, desde muy niño el joven Klimt mostró un interés y un talento evidentes hacia el arte. En 1876 gana una beca para formarse en la Escuela de Artes y Oficios de Viena, vinculada al Museo Austríaco Real Imperial de Arte; con un compañero de la academia (Franz Matsch) y con su hermano Ernest (que también había sido admitido en ella) fundó una especie de hermandad a la que bautizó como Compañía de Artistas (Künstler-Compagnie).
La joven compañía se especializó, en un principio, en decorar las paredes y los techos de teatros y otras edificaciones del imperio. Algunos de sus trabajos más notables (por los que fueron muy bien considerados) fueron las pinturas para el teatro de Reichenberg, o la serie de trabajos que les fueron encargados para la decoración del castillo de Carlos I de Rumanía.
Estos trabajos de juventud, aunque realmente hermosos, no tiene nada que ver con el estilo por el que conocemos al artista. Se trata de pinturas con una clara influencia academicista que mezclan en ocasiones elementos cercanos al Art Noveau, pero que no son, ni mucho menos, tan novedosos y sorprendentes como las obras por las que Klimt pasaría a la historia.
De este periodo destaca, por su evidente ruptura con el clasicismo anterior,la serie de pinturas que el artista realizó para los volúmenes de Alegorías y emblemas (1883), encargadas por Martin Gerlach, donde representa diferentes alegorías relacionadas con el arte. En ellas podemos observar ya un cambio en el estilo y el concepto artístico del pintor, que lo alejarían cada vez más de la academia y acabarían germinando en el movimiento de la Secesión Vienesa, una voz que se alzaba rotunda y enérgica contra el encorsetado arte oficial.
De la serie destaca en especial su Alegoría de la escultura. Siguiendo la tradición clásica, Klimt la presenta en forma de mujer joven, desnuda en este caso, que refleja el arquetipo de mujer seductora que más tarde impregnará su pintura. La Alegoría de la escultura está claramente influenciada por los prerrafelitas y por un corte netamente neoclásico, que podemos observar en el friso griego, el busto y el Espinario que acompañan a la mujer.
A mediados de la década de 1890 Klimt está ya experimentando con un nuevo estilo. Las pinturas murales para la sala de ceremonias de la Universidad de Viena, encargadas por el Ministerio de Educación imperial, ya acusaban este nuevo estilo que iba a ser característica del pintor, por lo que son rechazadas. El cliente encontró las alegorías de las facultades (filosofía, teología, medicina y derecho) demasiado “oscuras”, muy alejadas de la tradicional idealización de este tipo de representaciones.
Parece ser que Klimt se encolerizó ante semejante rechazo, y a partir de entonces no volvió a aceptar encargos oficiales. Sin embargo, su nuevo estilo había ya nacido; el artista se sentía bastante alejado de los preceptos que le habían llevado a fundar la Compañía de Artistas. En 1892, la prematura muerte de su hermano Ernest, otro de los fundadores del grupo, agudizó la brecha, y en mayo de 1897 Gustav abandona la asociación y funda junto a otros pintores disidentes una formación independiente. Acababa de nacer la Secesión Vienesa.
La Secesión Vienesa
La primera exhibición de la recién fundada Secesión (de nombre suficientemente explícito) se llevó a cabo en 1898, en la Sociedad de Horticultura de Viena. El nuevo grupo artístico estaba formado, además de por Klimt (su primer presidente) por otros artistas como Kolo Moser (1868-1918), Josef Hoffmann (1870-1956) y Joseph Maria Olbrich (1867-1908). Este último fue, además, el arquitecto responsable del famoso edificio de la Secesión ubicado en Viena, que iba a ser lugar de acogida de las exposiciones del grupo. La Secesión de Viena debe englobarse dentro de un movimiento mucho más amplio de carácter europeo, conocido universalmente como Art Noveau y que recibió diversas denominaciones dependiendo del país.
Así, enlazaría con el Jugendstil alemán, el Modernismo español o el Liberty en Inglaterra. En general, se trataba de movimientos que rechazaban categóricamente la nueva era de producción y consumo y se inclinaban hacia un estilo próximo a la artesanía tradicional y la mezcla de estilos y expresiones culturales. A pesar de ello, la Secesión vienesa es mucho más sobria que el modernismo de otras latitudes, y en arquitectura se aprecia una predominancia de la recta que preconiza el futuro racionalismo. En el caso concreto de nuestro protagonista, su obra Judit I, realizada en 1901, es muy significativa.
Mujeres Doradas
La figura femenina, a veces erotizada, a veces convertida en aparición o sueño, es tema central en la obra de Gustav Klimt. La obra Judit I, con la que hemos comentado se inicia su “periodo dorado”, representa a una mujer desnuda (la Judit bíblica), que sonríe casi con lascivia y con una evidente superioridad. Su piel nacarada se adorna con pan de oro que dibuja maravillosos ornamentos y convierte el cuadro en una especie de aparición del más allá, un ensueño magnífico de belleza, joyas y sexo.
Gustav Klimt nunca se casó, pero mantuvo numerosos romances con mujeres, en su gran mayoría modelos que posaban para sus obras; se le conocen nada menos que seis hijos habidos con tres de ellas. Su relación con el sexo femenino fue especial y, a menudo, tormentosa. Muchos de sus dibujos, directos y sin tapujos y desde luego mucho más explícitos que sus cuadros, plasman a la mujer como objeto del deseo sexual masculino, de una forma bastante parecida a su contemporáneo Egon Schiele (1890-1918). Su forma de tratar el desnudo, brutal y realista, le acarreó fuertes críticas en vida, cuando no verdaderos escándalos. Un buen ejemplo de ello es La verdad desnuda, una alegoría de la Verdad donde se muestra, casi a tamaño natural, una mujer desnuda que ostenta vello púbico, lo que suponía un auténtico desafío a las normas imperantes del arte.
Como hemos comentado, son muchas las mujeres que pasaron por la vida y la cama de Gustav Klimt. Pero, por encima de todas ellas, destaca Emilie Flöge (1874-1952), hermana de la esposa de Ernest. Prácticamente todos los biógrafos del artista coinciden en que Emilie fue la mujer más importante de la vida del pintor. Se conocieron en 1891, poco antes de la muerte Ernest, y su relación duró hasta el fallecimiento de Klimt, en 1918, si bien en los últimos años parece ser que fue más amistosa que amorosa.
Emilie Flöge
Esta relación supuso un apoyo fundamental para el artista. Cada verano, Gustav y la familia Flöge pasaban unas semanas en el lago Atter, en la Alta Austria; durante esas deliciosas estancias en contacto con la naturaleza, la inspiración del pintor revivía. Fruto de estos días vacacionales son cuadros de paisajes como En el lago Attersee (1900). Emilie y Klimt compartían las jornadas veraniegas con Helene, la hermana de Emilie y viuda de Ernest, y Helene Louise, la sobrina de Klimt, de quien era tutor desde la muerte de su hermano.
Emilie y sus hermanas fundaron uno de los salones de moda más importantes y prestigiosos de Viena, el Schwestern Flöge, situado en una de las avenidas más concurridas y prestigiosas de la ciudad. Entre las características esenciales de la moda preconizada por esta mujer admirable se encuentra el rechazo del corsé y la apuesta por unas prendas de fantasía, mucho más sueltas y cómodas. Gustav Klimt retrató a Emilie en 1902 con un suntuoso vestido que parece sacado de un cuento de hadas y que recuerda, con su azul acuoso y su pan de oro y plata, a las escamas de un pez.
Klimt pintó a muchas mujeres (entre ellas, la famosa Adele Bloch-Bauer, la protagonista del archiconocido cuadro La dama dorada), pero ninguna tuvo tanta importancia en su vida como Emilie Flöge. De hecho, a la muerte del artista en febrero de 1918 (víctima de una neumonía, complicada con un derrame que había tenido un mes antes que lo dejó paralizado), ella fue la heredera de sus bienes, junto con sus hermanas.
La vida, el amor y la muerte
Quizá parte del rechazo que supusieron en vida las obras de Gustav Klimt tenemos que achacarlo al efecto espejo de sus obras. Klimt mostraba con rudeza la vida misma y, por tanto, el amor, el sexo y la muerte. No se trata de obras escabrosas o desagradables (al estilo expresionista), sino de delicadas composiciones doradas y poéticas, por lo que la veracidad de su contenido todavía resulta más abrumadora.
Un ejemplo de esta visión descarnada es una de sus obras maestras, Muerte y Vida, de la que el artista realizó dos versiones. En ambas versiones, a la izquierda de la imagen vemos a la Muerte, personificada por un esqueleto vestido, mientras que, a la derecha, la Vida se plasma mediante figuras semidesnudas que se entrelazan, en una danza casi erótica.
Tras haber pasado un infarto, neumonía y la gripe española, Gustav Klimt falleció en 1918 en Alsergrund, Austria. Pasó la mayor parte de su vida en su país natal, dejando una serie de obras inconclusas en su taller personal.
Cabe mencionar que, durante la Segunda Guerra Mundial, las obras de Gustav Klimt así como las de otros artistas, fueron clasificadas como prohibidas por la dictadura nazi, al ser consideradas escandalosas y pornográficas, por lo que tres de estas obras fueron destruidas en el año 1945.