
Algunos lo conocen como demonio, algunos más lo apodan Satanás, la encarnación del mal, Lucifer, el Diablo, Luzbel o el ángel caído. En la cultura popular más reciente se presenta como un ser de color rojo, deforme o una criatura que no existe a simple vista pero que nos causa un temor, atinadamente, infernal. Su ser no sólo es la contraparte del bien en la lucha de los dioses, sino que representa la crueldad humana y aquel que guía por un camino equivocado a los seres humanos.
No ha tenido suerte Satán con los artistas que han intentado retratar su obra. A diferencia de la belleza divina, que cuenta con innumerables artistas cuyo dominio de las artes pictóricas y escultóricas (Botticelli o Miguel Ángel sin ir más lejos) es innegable, la obra de Satán ha sido en general pasto de dementes y chalados cuyo concepto de la estética rivaliza con el del más hortera de los maestros falleros valencianos o de los arquitectos gallegos.

Tal vez Goethe fue el primero en presentárnoslo como esa tentación que guía hacia la perdición y desgracia a un ser que buscaba la inmortalidad. El escritor más tarde nos regaló a Mefistófeles, un ser astuto, manipulador y con negras intenciones y algunos más como Thomas Mann prefirieron retratarlo como una simple alucinación de un hombre que vivía la agonía al contraer sífilis.
Con un reto de no caer en el lugar común que los demás artistas han logrado esquivar, algunos astutos y valientes representan al Diablo. Novelas literarias y obras de arte son los mejores recursos para hacer de él la figura corrupta, cruel y seductora que vuelve locos a los protagonistas de la obra. En la pintura, el Diablo toma formas completamente opuestas pero que caen siempre en símbolos que todos conocemos. Algunos con astucia lo representan cínico, como un ángel o simplemente escondido detrás de la acción principal; pero otros no se tientan el corazón, lo hacen grande, sin miedo a ninguna repercusión. Su cuernos de chivo sobresalen de los que también se encuentran en el retablo y en ocasiones, una cola de animal se presenta para hacer más énfasis en la bestia malévola que nos acecha constantemente.
Al principio de las artes, el Diablo era la oposición a Cristo, pero conforme el conocimiento y progreso social creció, esas ideas se derribaron, para hacer énfasis en que el bien y el mal está y convive en la Tierra. Nosotros, los seres humanos, no somos víctimas de algún poder místico que nos haga tropezar inevitablemente. Somos nosotros y los que están a nuestro alrededor, quienes hacen que nuestro camino sea sinuoso y con dificultades.

Como sabemos que una imagen vale más que mil palabras, os dejamos por aquí algunas de las obras que tienen a esta tenebrosa figura como elemento principal o contextual:
El Jardín de las Delicias, El Bosco (1500 – 1505)

Las obras más conocidas de El Bosco, y muy especialmente los tres paneles que componen El jardín de las delicias, han quedado reducidas a nivel popular a una especie de ¿Dónde está Wally? del arte pictórico. Hay más información, personajes, simbolismos y detalles delirantes en un solo centímetro cuadrado de un cuadro de El Bosco que en la obra completa de muchos otros artistas (contemporáneos y no tan contemporáneos) suyos. O dicho de otra manera: con las ideas que El Bosco plasmaba en un solo panel otros muchos habrían tenido suficiente para la obra de una vida entera. El panel derecho de El jardín de las delicias, que representa un paisaje infernal en el que el hombre ha sucumbido finalmente a todas las tentaciones, es singularmente atroz. Esas orejas-tanque con una daga por cañón que recorren el paisaje aplastando seres humanos a su paso, ese gigante en forma de huevo roto que gira la cabeza en dirección al espectador y sobre cuya cabeza un engendro indeterminado toca un instrumento musical fabricado sin duda alguna en el pozo más oscuro del infierno, ese pájaro antropomorfo con los pies metidos en ánforas y una marmita por sombrero que devora a un hombre de cuyo culo salen golondrinas… El material del que están hechas las peores pesadillas.
El Caballero, la Muerte y el Demonio, Alberto Durero (1513)

Tal vez el artista alemán más importante, Durero hizo muchos grabados en aguafuerte con una técnica que nunca ha sido superada. En el Renacimiento Durero exploró muchos campos del saber que reanimaban sus creaciones artísticas. Con toques de gótico flamenco y de renacimiento italiano, su pintura es extremadamente original. En este grabado, las imágenes simbólicas generan un mensaje moralizante. Un caballero monta su corcel, armado, se dirige a la lucha, a su lado está la muerte que se ensalza con carnes putrefactas y serpientes en el pelo y detrás, una figura antropomorfa, con cara de chivo, pasa desapercibido. En la pintura también se observan a un perro que es símbolo de la fidelidad y un lagarto, símbolo del alma que busca la luz, ambos huyen como premonizando lo que está por ocurrir.
El Aquelarre, Francisco de Goya (1798)

Esta pintura es una de las que se encontraron en los muros de su casa de la Quinta del Sordo, y pertenece a las llamadas “pinturas negras” del artista.Una visión cruda del mundo, en la que, unas brujas rodean a un macho cabrío frente a una fogata. Con más de cinco metros de largo, tiene múltiples interpretaciones, una de las más conocidas es la de Nigel Glendinning, en la que asegura, el macho cabrío representa al demonio y la joven a la que le habla, se encuentra en su iniciación para ser bruja. Como una caricatura de lo maligno, todos parecen grotescos y casi convertidos en animales.
Infierno, Hans Memling (1473)

Este artista flamenco representó las escenas del Juicio Final y el tormento de los pecadores en el infierno. Del lado izquierdo, las puertas del paraíso se abren, en medio, Cristo se enaltece mientras uno de sus ángeles juzga con severidad a los seres humanos y en el lado derecho, el infierno arde con demonios de color negro que atrapan a los pecadores y los funden en las llamas de un lugar en el que seguramente nunca quisieron estar.
La Ronde du Sabbat, Louis Boulanger (1828)

Louis dibujó esta litografía para ilustrar uno de los poemas de Odas y baladas de Victor Hugo. La composición es aterradora: un magma informe de brujas, demonios, homúnculos, caballos y serpientes cae a borbotones del techo de la catedral y se arremolina alrededor de Satán, que ha adoptado la forma de un cardenal con cuernos de macho cabrío. A su alrededor, un puñado de monjes casi tan terroríficos como los de El nombre de la rosa sostiene antorchas y lee un libro indeterminado cuyo contenido, se supone, no augura nada bueno. De ahí el nombre de la obra, que en español vendría a ser algo así como El corro del aquelarre. Intuyo que el concepto es prácticamente imposible de trasladar a imagen real, pero el director de cine que lo consiga tendrá mi admiración ad infinitum.
Dante y Virgilio en el Infierno, William-Adolphe Bouguereau (1850)

La Divina Comedia de Dante describe la entrada de éste con Virgilio en el octavo círculo del infierno (donde están los falsificadores). Este apacible lugar es pintado aquí por Bouguereau, y podemos ver a Capocchio, alquimista hereje, mordido en el cuello por Gianni Schicchi, un personaje que suplantaba identidades. Dante y Virgilio observan la escena algo acaramelados. Y es que el cuadro oscila entre la brutalidad y el homoerotismo…La pelea sirve a Bouguereau de excusa para presumir una vez más de su indudable poderío. Lo cierto es que no sabemos qué pasa en ese círculo del infierno, pero todos se pelean al fondo. Arriba, el Demonio sobrevuela la escena con los brazos cruzados y una blanca sonrisa.
En conclusión, aunque apartado y ocultado durante muchísimos años salvo para representarlo como figura de contraste o de castigo, el Diablo siempre ha estado en nuestra imaginería colectiva (con muchos nombres, formas, métodos, etc.) ya que forma parte de nuestra dualidad como seres humanos. Y no es algo que debamos esconder, si no comprender para poder entender mejor nuestra naturaleza.
Además, recordad que Lucifer, antes de ser demonio, fue un ángel…
